El poblamiento de América es el proceso por el cual se diseminó la especie humana en el continente americano. Los científicos no tienen dudas de que los seres humanos no son originarios de América y está claro que fue poblada por humanos provenientes de otra parte. La evidencia paleoantropológica apoya la hipótesis de que los primeros pobladores llegaron a América procedentes de Siberia, en el extremo noreste de Asia.
Desde antes de 1492 las culturas aborígenes de las Américas construyeron tanto mitos de origen, como relatos de migraciones[2] y acontecimientos históricos, diferentes entre una y otra cultura. Las culturas mesoamericanas consideraban que la presencia humana en el continente americano era muy anterior al que suponían los europeos. La civilización Maya tenía registros históricos escritos al menos desde agosto de 3114 a. C.[3] Otras culturas, como la zapoteca, tenía registros escritos de hechos históricos que se remontaban al año 500 a. C.. Por mucho tiempo, sin embargo se dejó de tener acceso a esos conocimientos de las civilizaciones mesoamericanas y se ignoró la existencia de estos registros hasta el siglo XX.
Los europeos intentaron buscar explicaciones para el origen de los seres humanos con los que se estaban encontrando. Alejo Venegas opinó que provenían de navegantes cartaginenses. Agustín de Zárate consideró que los indígenas podían haber llegado pasando por la Atlántida, antes de que se hundiera según los relatos de Platón.[4] Sin embargo, la mayoría de las primeras explicaciones fueron religiosas, por ejemplo varios autores europeos pensaron que los pobladores de América provenían de las tribus perdidas de Israel.[3]
El sacerdote Miguel Cabello Valboa, malagueño, consideró que los aborígenes americanos descendían del patriarca Ofir (Génesis 10:29) e identificó América con el reino de ese nombre, rico en oro, mencionado en la Biblia (1Reyes 9:28).[5] La idea de situar Ofir en las Antillas fue sugerida por Cristobal Colón,[6] apareció como nota la margen en la edición de 1540 de Robert Estienne de la Biblia y fue expuesta, entre otros, por Pedro Mártir de Anglería en 1526.[7] La identificación de Ofir con el Perú fue sustentada por el teólogo español Benito Arias Montano en 1572[8] y por el erudito Johannes Goropius Becanus en 1580.[9]
El naturalista José de Acosta, sacerdote jesuita, fue el primero en abordar científicamente el poblamiento de América a partir de los descubrimientos geográficos que indicaban la distancia entre Asia y América por el norte es pequeña y los dos continentes están separados apenas por un brazo de mar. Acosta descartó explícitamente la hipótesis sobre el paso por el continente perdido de la Atlántida y añadió además que las tierras desconocidas donde según el Apocalipsis de Esdras fueron llevadas las tribus cautivas de Israel, “no tienen mayor relación con América que la encantada y fabulosa Atlántida”.[10] Acosta demostró que no solamente seres humanos transitaron entre los dos continentes, sino también varias especies animales.
Continuando con una visión científica Fray Gregorio García, hizo una detallada exposición de las diferentes hipótesis conocidas sobre el poblamiento de América, por tierra o por mar. Para él, los indígenas provenían de Asia, de China o Tartaria, dadas las semejanzas físicas entre los habitantes de unos y otro continente.[11]
En contraste, en 1650, James Ussher estableció, basado en la Biblia, que las tribus perdidas abandonaron Israel en el año 721 a. C. y, sobre esa base, la cultura europea sostuvo que América había sido poblada alrededor del año 500 a. C. También tratando de apoyarse en la Biblia, el sacerdote sevillano Diego Andrés Rocha, que vivió desde niño en el Perú, expuso la teoría según la cual el continente americano fue poblado por descendientes de Túbal (hijo de Jafet, Génesis 10:2-5), una parte de los cuales habría poblado España, otra parte la Atlántida y la otra a través de esa hipotética isla, antes de que se hundiera, habría llegado a América. Rocha complementó su teoría con la comparación entre los conquistadores españoles y Moisés.[12]
En 1876, Charles Abbott, un médico norteamericano, encontró unas herramientas de piedra en su granja de Delaware. Debido a las características toscas de los instrumentos, pensó que podrían pertenecer a los antepasados remotos de las culturas indígenas modernas. Debido a ello, consultó con un geólogo de Harvard, quien estimó en 10.000 años de antigüedad la grava que se encontraba alrededor del hallazgo. Abbott sostuvo entonces que se trataba de un asentamiento humano del Pleistoceno, es decir, muchos miles de años más antiguo de lo que establecían las teorías bíblicas dominantes.
La teoría de Abbott fue rechazada por las jerarquías cristianas por oponerse a la Biblia y por la comunidad científica organizada por el Instituto Smithsoniano por no cumplir con los estándares científicos que exigía. Entre los científicos que rechazaron la hipótesis de Abbott se encontraban Aleš Hrdlička y William Henry Holmes. En la actualidad se ha comprobado que Abbott tenía razón en muchas de sus hipótesis y la granja ha sido declarada Monumento Histórico Nacional.
En 1908, George McJunkin encontró unos enormes huesos en un barranco de la aldea Folsom, Nuevo México. McJunkin, un esclavo liberado por la Guerra Civil estadounidense, era geólogo, astrónomo, naturalista e historiador aficionado y durante años intentó llamar la atención de los vecinos de Folsom sobre la probable antigüedad de los huesos.[13] En 1926, cuatro años después de la muerte de McJunkin, el director del Museo de Historia Natural de Colorado, Jesse D. Figgins, se enteró del lugar y descubrió varias puntas de flecha de un estilo muy refinado que luego volverían a encontrarse en Clovis y otros yacimientos. Una de ellas estaba incrustada en la tierra que rodeaba al hueso de un ejemplar de bisonte extinto miles de años atrás.[13]
Figgins llevó las puntas de lanza a Washington DC para enseñárselas a Aleš Hrdlička, en el Instituto Smithsoniano, quien si bien lo trató cortésmente y le sugirió una serie de reglas metódicas para el caso de nuevos descubrimientos, se mantuvo sumamente escéptico y consideró hasta el fin de su vida que Folsom no constituía una prueba concluyente de que América hubiera estado poblada durante el Pleistoceno.[14]
En agosto de 1927, el equipo de Figgins encontró una punta de lanza ubicada entre dos costillas de bisonte. Figgins envió un telegrama y tres científicos viajaron para ser testigos del hecho, e informar de la seriedad del hallazgo. En ese momento, la comunidad científica norteamericana comenzó a aceptar la importancia del yacimiento de Folsom.[15] Han sido datados en 10.285 años a.P.[16] [17]
En 1929, Ridgely Whiteman, un joven indígena de 19 años que venía siguiendo las investigaciones que se estaban realizando en la cercana localidad de Folsom, escribió una carta al Instituto Smithsoniano sobre una serie de huesos que había encontrado en la aldea de Clovis, Nuevo México. En 1932, una excavación realizada por un equipo dirigido por Edgar Billings Howard, de la Universidad de Pensilvania, confirmó que se trataba de un asentamiento indígena durante el Pleistoceno y verificó el tipo especial de punta de flecha que sería conocida como «punta Clovis». Al ser descubierta la datación por carbono 14, en 1949, el método fue aplicado en los yacimientos de Clovis, resultando en antigüedades que oscilaban entre el año 12.900 adP y 13.500 adP.[18] La datación por radiocarbono fue establecida en 11.500 a 10.900 años antes del presente y revisada luego a 11.050 a 10.800 adP,[19]
Desde la década de 1930 y, sobre todo, desde la confirmación de las fechas por el método del carbono 14, la comunidad científica norteamericana organizada alrededor del Instituto Smithsoniano aceptó que la Cultura Clovis era la más antigua de América y que estaba directamente relacionada con la llegada de los primeros hombres. Esto se conoció como Consenso Clovis y tuvo gran aceptación mundial hasta fines del siglo XX. El Consenso Clovis fue la base de la teoría del poblamiento tardío de América.
Hueyatlaco es un sitio arqueológico en Valsequillo (Puebla, México) donde fueron descubiertas herramientas hechas por el hombre en un estrato geográfico que algunos arqueologos han fechado hacia 250 mil años A.C.[1] [2] [3] [4]
Estos hallazgos se hallan en un orden de magnitud mucho más antiguo que la hipótesis Clovis, que ubica la migración humana entre 13 a 16 mil años A. D. Las dataciones fueron confirmadas por un amplio sector de la comunidad científica, y ya hay poca discusión en el ámbito de la literatura científica.[5]
En 1967, José Luis Lorenzo del Instituto Nacional de Antropología e Historia arguyó que los implementos habían sido plantados en el lugar por trabajadores locales de tal forma que era imposible determinar cuáles artefactos fueron descubiertos in situ y cuales fueron plantados.[8] Irwin-Williams replicó que las aseveraciones maliciosas de Lorenzo no tenían fundamento. Por lo tanto, en 1969 Irwin-Williams,[6] citó declaraciones en apoyo de tres prominentes arqueologos y antropólogos (Richard MacNeish, Hannah Marie Wormington and Frederick A. Peterson) quienes cada quien visitaron el sitio y dieron crédito a la integridad de las excavaciones y el profesionalismo de la metodología del grupo.[8]
La fecha más antigua propuesta hasta el momento ha sido publicada por los científicos brasileños Maria da Conceição de M. C. Beltrão, Jacques Abulafia Danon y Francisco Antônio de Moraes Accioli Doria, que sostienen haber hallado algunas herramientas de cuarcita en el yacimiento de Toca da Esperança, un “chopper“, un guijarro con marcas de golpes y una lasca, que fueron datadas en 295.000 a 204.000 años de antigüedad, lo que indicaría presencia de humana anterior al homo sapiens.[39]
En 1994, James Neel y Douglas C. Wallace establecieron un método para calcular la velocidad con que cambia el ADN mitocondrial. Ese método permitió fechar el origen del Homo sapiens, la famosa Eva mitocondrial, entre 100.000 y 200.000 años adP[30] y la salida de África entre 75.000 y 85.000 años atrás. Aplicando este método, Neel y Wallace estimaron en 1994 que el primer grupo humano en ingresar a América lo hizo entre 22.414 y 29.545 años.[31]
Más allá de los debates en marcha y la gran cantidad de preguntas y contradicciones que se presentan en el debate científico actual es posible realizar algunas conclusiones precarias:
- Es altamente probable que el hombre americano primitivo proceda del continente asiático, especialmente de las estepas siberianas o de la región del Sudeste asiático. Las semejanzas entre grupos poblacionales asiáticos de esas regiones y la mayoría de los aborígenes americanos ha sido objeto de análisis. De todos modos el hecho de que las dataciones de máxima antigüedad que cuentan con consenso de la comunidad científica, Clovis (EEUU, 12.900-13.500 adP) y Monte Verde (Chile, 14.500 adP), se encuentren simultáneamente en América del Norte y en el extremo sur de América del Sur impide sacar una conclusión definitiva sobre este punto. Sin embargo, estas fechas son aún muy recientes frente a otras fechas datadas en diversos lugares de América, que aún no cuentan con el consenso de la comunidad científica. Habrá que esperar que estos estudios se consoliden. Por ejemplo, entre las numerosas cavernas del nordeste de Brasil se encuentra una conocida como Toca do Boqueirāo da Pedra Furada, la cual cuenta con numerosas evidencias de asentamiento primitivo como instrumentos líticos. Sin embargo, se encontraron otros artefactos en cuarzo que son datados de hace 40.000 años. Semejante observación no es aceptada fácilmente por otros estudiosos que dicen que los cuarzos difícilmente tienen formas definidas que puedan ser consideradas manufactura y que no tiene sentido que los supuestos habitantes de la caverna hubiesen preferido el cuarzo a la piedra abundante del lugar. Las objeciones no restan los misterios que abre Pedra Furada y las excavaciones continúan. Pero aún más al sur, en Chile, las excavaciones de Tom Dillehay y otros muchos arqueólogos en Monte Verde revelan restos de comida e instrumentos que se datan de hace 12.000 e incluso 30.000 años. También Monte Verde es contestado por muchos como una de las más antiguas evidencias humanas en América, pero son más contundentes que las que existen en el hemisferio boreal del continente.[47]
- Las culturas prehistóricas y las civilizaciones de América se desarrollaron de manera aislada al resto del planeta.
- La Revolución Neolítica americana es original y carece de toda relación con la que se produjo en la Mesopotamia asiática.
- El Puente de Beringia desapareció hace 11.000 años (Scott A. Elias[21] ) y, con la excepción de los esquimales, que mantuvieron ininterrumpidamente contactos comerciales marítimos de verano entre Siberia y Alaska,[48] y con Groenlandia, no hay pruebas contundentes que permitan concluir definitivamente que los pueblos amerindios mantuvieron contactos con pueblos de otros continentes. Sin embargo, está plenamente probado que en 982 los vikingos comenzaron la exploración de Groenlandia y Canadá y, establecieron una aldea en L’Anse aux Meadows (Terranova); pero su penetración en el continente no fue significativa. Los científicos debaten varias evidencias del contacto de los polinesios con los indígenas americanos.[49] Otras hipótesis, como la llegada de los fenicios, egipcios, griegos, hebreos, chinos y japoneses gracias a sus habilidades marítimas, siguen siendo hipótesis de difícil demostración. Menos pruebas hay aún de una eventual presencia de amerindios en los demás continentes.
Uno de los elementos que ha llamado la atención de algunos investigadores es la profusión de yacimientos de gran antigüedad en Sudamérica y la escasa cantidad de los mismos en Norteamérica. El dato es llamativo, entre otras cosas, porque Estados Unidos y Canadá han dedicado grandes recursos a investigar los yacimientos arqueológicos, a diferencia de lo que sucede en el sur. No es probable que los yacimientos más antiguos del norte hayan quedado sin descubrir. El dato es llamativo porque, si América fue poblada desde Siberia, los yacimientos más antiguos deberían hallarse en el norte.[45]
Adicionalmente, algunos estudios han detectado entre los paleoindios suramericanos y norteamericanos diferencias de consideración en genes y fenotipos: aquellos con rasgos más australoides, estos con rasgos más mongoloides. Estos elementos han causado una creciente adhesión de algunos investigadores a la hipótesis de un poblamiento autónomo de América del Sur, no proveniente de Norteamérica. Esta hipótesis se relaciona estrechamente con la teoría del ingreso por la Antártida desde Australia.[45]
La historia genética de los indígenas de América se fundamenta en varios campos, tales como la genética del cromosoma Y, la genética mitocondrial, la genética autosomal y la proteica, los cuales van convergiendo aproximadamente en la misma historia. Los patrones genéticos indican que los indígenas de América experimentaron varios episodios genéticos bien marcados: el primero y más importante se dio con el poblamiento inicial de América proveniente de Siberia, el de los paleoamericanos, el cual sería el factor preponderante en el número de linajes y de marcadores genéticos encontrados en la actual población amerindia. Un poblamiento posterior correspondería al de los pueblos na-dené de Norteamérica y otro al de los esquimo-aleutas en el extremo norte; todos ellos también provenientes de Siberia. Adicionalmente, es posible ―aunque todavía no ha sido comprobado―, el aporte genético europeo en la América precolombina.
Se considera que los primeros emigrantes siberianos que poblaron América tenían a su vez un origen dual, es decir que eran mestizos descendientes de hombres caucásicos y mujeres mongólicas. Pueblos con estas características habitan la Siberia Central en la actualidad.[42]
El análisis genómico de un niño del sur de Siberia de hace 24 000 años confirma esta dualidad, el mestizaje de poblaciones del este de Asia y Eurasia Occidental formó parte del acervo ancestral de los indígenas americanos.[43]